Al comienzo de la vida, el ser humano aún se encuentra totalmente inmerso en los procesos de conformación del cuerpo, dependiendo plenamente de su entorno humano y sensorial. Comienza su camino en la Tierra de manera tal, que su comportamiento pone permanentemente de manifiesto: «¡No quiero seguir siendo como soy! ¡Quiero ser como los adultos!»
Tal como lo denota el proceso externo de crecimiento, el desarrollo hasta la mayoría de edad de ningún modo transcurre en forma lineal, sino en diferentes fases con sus respectivas posibilidades y crisis. La segunda dentición y la madurez sexual son dos acontecimientos contundentes, que constituyen hitos y transformaciones en el desarrollo, incluso en la configuración corporal. Con ello llegamos a una subdivisión burda en tres segmentos, que a su vez admiten una subdivisión dentro de cada uno de ellos:
y la etapa desde la madurez sexual hasta la mayoría de edad, la adolescencia
Sin embargo, no hay que caer en un esquematismo rígido. Es válido que la ciencia de la educación actual rechace una teoría inflexible de las etapas evolutivas, porque ésta se contradice con la realidad de la vida. Por otro lado, todo cambio de la contextura física es expresión de un paso anímico-espiritual, como ha sido mostrado convincentemente por los trabajos de Jean Piaget (Jean Piaget/Bärbel Inhelder, «Psicología del niño»; Jean Piaget, «Teoría y métodos de la educación moderna»). Y sólo educamos correctamente, si conocemos la constitución específica de cada edad. Para ello no sólo es decisivo e imprescindible estudiar antropología y psicología, sino también observar desprejuiciadamente la situación concreta.
Con esa premisa, pasaremos entonces a considerar más en detalle la especificidad de cada edad. Al respecto cabe hacer referencia brevemente a un descubrimiento antropológico de Rudolf Steiner, que encontró en el ser humano tres sistemas funcionales diferentes: En el llamado ámbito metabólico-motriz se desarrolla nuestra motricidad. Cada movimiento es la expresión corporal de la voluntad. El sistema rítmico – la respiración y la circulación sanguínea – es la expresión corporal de la capacidad del ser humano de tener sentimientos y vivencias. Miedo, alegría, dolor, etc. se traducen en la respiración y el pulso. El sistema neuro-sensorial, el polo de la conciencia propiamente dicho, cuyo centro se halla en la cabeza (el cerebro), se relaciona con la actividad cognoscitiva. Sólo cuando estos tres sistemas interactúan conformando un todo, el ser humano está sano.
Cualquiera puede comprobar qué bien le sienta una caminata después de trabajar intensamente en la computadora, donde sólo se vio exigida la cabeza. Cuando estamos haciendo la digestión después del almuerzo, nos cuesta concentrarnos mentalmente. Uno está sano cuando ninguno de estos sistemas somete a los demás durante demasiado tiempo.
Ha quedado demostrado, también, que estos tres sistemas pueden interrelacionarse de manera especial en el transcurso de las tres fases antes mencionadas. Antes de la segunda dentición, el niño vive ante todo en la motricidad, como ser emocional y volitivo. Incluso la actividad sensorial, el hablar y el pensar están atados a los movimientos y, con ello, en gran medida al cuerpo. Eso se puede observar en un niño de cuatro años, que al ver o escuchar algo, enseguida tiene el impulso de convertir lo percibido en movimiento del propio cuerpo. Así aprende a hablar, así comienza a jugar.
Es imposible imaginar a un niño antes de la segunda dentición esperando su comida con los brazos cruzados. La percepción desencadena inmediatamente la actividad volitiva en los miembros. El movimiento interno y el movimiento externo aún forman una unidad.
Con la segunda dentición el movimiento interno comienza a separarse del externo. Se conforma un espacio vivencial propio; de ese modo se emancipa el sistema rítmico frente al sistema motriz. A esta edad también se equilibra la relación armónica de 1:4 entre la respiración y el pulso. Con la pubertad, finalmente, comienza a independizarse el pensar. El ser humano despierta al juicio crítico; al mismo tiempo se hace más grave la voz y los miembros se tornan pesados.
Los adolescentes de algún modo arribaron a la Tierra y buscan su personalidad individual. Se sobreentiende que en este proceso hay innumerables transiciones, efectos tardíos de la etapa anterior y anticipos de lo que vendrá. Aquí solamente se plantean los conceptos básicos. El niño despierta, pues, primero en sus miembros, después en su ámbito central relacionado con los sentimientos y las vivencias, y finalmente en la cabeza, transmisora del pensar crítico. Pero como el ser humano es una unidad, existe una relación interna entre el movimiento, el hablar y el pensar. Esta relación ha sido confirmada reiteradamente en las últimas décadas del siglo XX, gracias a los enormes progresos de la investigación del cerebro. Una sinopsis y una descripción digna de ser leída se encuentran en el libro de Frank R. Wilson, «La mano: de cómo su uso configura el cerebro, el lenguaje y la cultura humana», Tusquets Editores, 2002.
En cada etapa del desarrollo, el ser humano forma una totalidad, que se diferencia de las etapas anteriores y posteriores por la relación de los tres ámbitos entre sí y, por ende, con el sujeto del desarrollo. Resumiendo podemos afirmar: en el niño pequeño, motricidad, hablar y pensar están íntimamente ligados entre sí; estas actividades son estimuladas por el entorno sensorial y conquistadas y desarrolladas mediante la imitación. Al avanzar la edad, el niño tiene cada vez mayor capacidad de accionar estas tres capacidades fundamentales del ser humano en forma relativamente independiente entre sí.
(Fuente: Heinz Zimmermann, Waldorf-Pädagogik weltweit, 2001, Berlin)